La basura, un desperdicio de oportunidad
Por Lucy Calderón
“La basura no es basura, son recursos perdidos a los que hemos decidido no darles valor y desecharlos”, asegura Laura Palmese Hernández, una abogada con maestría en derecho ambiental y recursos naturales, quien, por su trabajo en favor de la adecuada gestión de los residuos sólidos y los derechos de los recicladores en su natal Honduras, recibió el premio Mary Robinson de Justicia Climática 2018.
El proyecto de Laura: “Desperdicio de oportunidad” fue galardonado durante la Cumbre: Un Mundo Joven (One Young World, en inglés), la cual se realizó en la ciudad de La Haya, Países Bajos, en octubre 2018.
En esa cumbre se reúnen los líderes jóvenes más brillantes del planeta, permitiéndoles hacer conexiones duraderas para crear un cambio positivo. Ahí debaten, formulan y comparten soluciones innovadoras para los problemas apremiantes a los que se enfrenta el mundo.
De acuerdo con una nota publicada en el sitio oficial de la Fundación Mary Robinson para la Justicia Climática, el proyecto ganador de Laura busca empoderar a los recicladores informales que trabajan en los basureros del Parque Nacional Marino Islas de la Bahía, enseñándoles a organizarse para promover su seguridad laboral.
También pretende proveerles fondos semilla para que lleven a cabo procesos alternativos e innovadores, porque Laura identificó la falta de organización y capital, como limitantes significativas para que el trabajo de los recicladores obtenga resultados sociales y ambientales.
Por eso, ella comenzó a impulsar soluciones alternativas que mejorarán el bienestar y la calidad de vida de estas personas, así como la gestión de residuos. Laura dice que el proyecto apoyará a un sector vulnerable de la población. “Los beneficios no son solo sociales sino ambientales, porque se incrementará el reciclaje, el cual reduce la cantidad de basura dispuesta en basureros a cielo abierto, que potencialmente, termina en nuestro océano”.
La política, abogada irlandesa y ex Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Mary Robinson -indica en la citada nota- que eligió el proyecto de Laura porque vio en él algo que resuena con su visión de la justicia climática, la cual es un compromiso de solidaridad con las personas más vulnerables por la marginación social. Además, el premio tendrá un efecto catalizador importante y le permitirá ampliar su trabajo de manera rápida y efectiva. “Laura es una joven impresionante y le deseo lo mejor con el proyecto Desperdicio de oportunidad”.
Laura Palmese fue la única latinoamericana premiada en la tercera edición del Premio Mary Robinson, Justicia Climática 2018. Fotos cortesía: Laura Palmese
El verdadero problema: la falta de educación ambiental
La cultura individualista en la que hemos ido creciendo y en la que se ha eliminado la conexión con la naturaleza es un problema. “El ambiente no son solo árboles; también lo es nuestro vecino, nuestra mascota. Por eso, la educación ambiental, debe ser un proceso formativo en el que aprendamos a reconocer la conexión que existe entre todos los seres vivos y su entorno, ya sea que este nos importe o no”, enfatiza Laura.
El reciclaje inclusivo, por lo tanto, apuesta a reconsiderar esa conexión, a someter nuevamente al ciclo de producción, todos los materiales provenientes de la madre Tierra que han sido descartados. Además, insta a tomar en cuenta a cada actor de la cadena de reciclaje, siendo los principales, los recicladores informales o pepenadores como también se les conoce, porque sin ellos no se podría efectuar el trabajo.
No obstante, para lograr la inclusión, tiene que haber una política nacional que integre al reciclaje inclusivo –valga la redundancia-, como uno de sus pilares y apoye a los recicladores informales para que se organicen y puedan acceder a préstamos, a educación y formación profesional, asegura Laura.
Por eso, en la actualidad, entre sus muchas tareas, Laura integra un comité encargado de evaluar el Reglamento para el manejo integral de residuos sólidos que se pretende aprobar en Honduras. “De integral, solo tiene el nombre –dice la abogada-; las algunas municipalidades ni lo conocen; hace falta un proceso de socialización y fondos para aplicarlo”.
Laura escribe en una pizarra los nombres de los recicladores que están participando con ella en el proyecto que lidera junto con Bay Islands Conservation Association (BICA) BICA-Roatán.
Laura durante una actividad con los recicladores hondureños, desarrollando el proyecto que trabaja junto con BICA-Roatán.
El recorrido para revalorar la basura
En 2009, Laura participó en una limpieza de playas en la isla de Utila, Honduras, como parte de una actividad del capítulo juvenil Rotaract, del Club Rotario al que perteneció. Pero jamás imaginó que ese sería el primer paso en su carrera en favor del medio ambiente.
“El plan era levantarnos temprano y comenzar a limpiar. Sin embargo, como buenos adolescentes, nos despertamos tarde y empezamos hasta las 11 de la mañana. Trabajamos como tres horas y como era de esperarse, nos insolamos –ríe-. Pero eso no fue lo peor. Cuando creímos haber terminado el trabajo, nos dimos cuenta de que la playa lucía exactamente igual. ¡Había demasiada basura y el mar seguía sacando más! En ese momento, apareció en la playa un trabajador de la municipalidad de Utila; llegó con maquinaria para tratar el plástico desechable, pero el resto de residuos… ¡lo dejó en un área de manglar!”, exclama Laura con indignación.
Después de esa experiencia, como Laura ya había iniciado su carrera universitaria y debía llevar a cabo tareas de investigación, decidió enfocarlas en temas ambientales y proyectos de limpieza.
Por esa época, 2011, también comenzó a trabajar como voluntaria en el Instituto de Derecho Ambiental de Honduras (IDAMHO), fundado por la abogada Clarisa Vega, la primera mujer en convertirse en fiscal ambiental de ese país y quien escribió la primera ley general del ambiente en Honduras.
“Ahí fui desde conserje, secretaria, organizadora de eventos, jefa de producción de manuales, hasta coordinadora… hacía de todo”, cuenta Laura y ríe de forma contagiosa.
En el ínterin, ella seguía con Rotaract y organizaba las denominadas jornadas Reciclón, durante las cuales recolectaron aparatos eléctricos y electrónicos. Fueron pioneros en promover la colecta de este tipo de desechos, asegura.
Luego, en 2014 se enteró de las becas del Programa de Liderazgo SAM, que ese año aceptó propuestas grupales. Laura participó junto con dos colegas, pero para sorpresa de todos, solo a ella la seleccionaron.
De acuerdo con Laura, lo mejor de ese programa de capacitación en temas marino-costeros son las conexiones que se crean con otros líderes y gracias a eso, ha llevado a cinco de ellos a Roatán.
La conexión con la justicia ambiental
Al convertirse en colaboradora formal del IDAMHO, Laura tuvo la oportunidad de formar parte de la Alianza Mundial de Derecho Ambiental (ELAW, por sus siglas en inglés). Esta alianza ayuda a comunidades a manifestarse acerca del aire y el agua limpia y un planeta más saludable. La integran abogados, científicos y otros profesionales que colaboran para promover esfuerzos a nivel de base para construir un futuro sustentable y justo.
Laura obtuvo una beca de ELAW para estudiar inglés en los Estados Unidos y aprovechó para asistir como oyente a unas clases de derecho ambiental en la Universidad de Oregon. Así que, cuando después se postuló para una Beca Fulbright del gobierno estadounidense, tenía claro que quería regresar a esa universidad para obtener su maestría y su sueño se hizo realidad. “Estoy completamente segura de que haber participado en el Programa de Liderazgo SAM fue clave para que me dieran esa beca”, asegura la joven.
Debido a que por la época en que Laura terminó su maestría asesinaron a la activista ambiental Berta Cáceres en Honduras, su mamá no quería que ella regresara a su país. Entonces solicitó otra beca, esta vez para estudiar derechos humanos en Argentina, y la obtuvo.
Pero solo tres meses cursó la segunda maestría. “Yo ya no estaba para seguir estudiando, quería trabajar”, dice Laura. Así que, en cuanto ELAW le propuso ejecutar en Honduras un proyecto que sería financiado por la Fundación OAK a través del Fondo para el Sistema Arrecifal Mesoamericano (Fondo SAM), aceptó de inmediato.
A su regreso a Honduras, también se acercó a la Asociación para la Conservación Ecológica de las Islas de la Bahía (BICA por sus siglas en inglés), en Roatán y les propuso participar en el concurso por fondos que otorga el Programa de Pequeñas Donaciones del Fondo SAM y los obtuvieron.
El proyecto que lidera Laura con BICA Roatán está destinado a promover nuevas actividades productivas y educación ambiental relacionada al reciclaje de materiales descartados para el manejo adecuado de los desechos sólidos.
Por el trabajo hecho hasta la fecha y su pasión por trabajar la temática de la basura, Laura postuló un proyecto al Premio Mary Robinson de Justicia Climática 2018 y lo consiguió.
“Lloré y lloré como magdalena durante la ceremonia de premiación. Estaba muy emocionada, porque poner las manos al fuego por los pepenadores, de verdad es ponerlas al fuego. Pero que una persona de la categoría de la señora Robinson reconozca este proyecto como importante es un gran honor y me reafirmó –modestia aparte- que voy en el camino correcto. También significó una palmadita para otras personas, para que vean que vamos bien. Ayudó a que otros sectores voltearan a ver”, comenta Laura aún con notable emoción.
Y efectivamente así fue. Después de ese galardón, el Club Rotario le otorgó a Laura el premio al servicio a través de la ocupación.
De izquierda a derecha: Norma Girón, Eduardo Gonzáles (presidente del Club Rotario de Tegucigalpa de 2018 a 2019), Laura Palmese y Rosalía López.
Pero más que los premios, Laura quisiera clonarse para “andar luchando por los derechos de mujeres y niños”, asegura. También espera concretar el establecimiento de una asociación para la democracia ambiental y presentar un proyecto en favor de los recicladores ante la corte suprema de su país.
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