La batalla por el arrecife de Amatique
El Atlántico de Guatemala ha llegado a su límite. Dos barcos camaroneros más y el ecosistema marino que sostiene el arrecife de Foudara, en las costas de Livingston, Izabal, podría verse colapsado. Los pescadores de toda el área luchan ante la escasez, cada vez más crítica, de buscar peces en la Bahía de Amatique.
Texto y Fotos: Oswaldo J. Hernández
Un barco camaronero huye una madrugada de noviembre de 2017 mientras es perseguido por una docena de pequeñas lanchas a motor frente a las costas del Caribe guatemalteco, en la desembocadura del río Sarstún.
Los perseguidores son pequeños pescadores locales, dedicados a la pesca tradicional.
Los perseguidos también son pescadores, pero de mayor escala. Se trata de un barco camaronero capaz de sacar hasta cinco quintales (media tonelada) de fauna marina en una sola jornada antes del amanecer.
Las decenas de estelas blancas que agitan el agua del mar a esta hora son el signo de una batalla que inició en la oscuridad.
El camaronero ha pasado con su motor de 375HP sobre una red de pesca artesanal ─un trasmallo─ de 60 metros que pertenecía a uno de los pequeños pescadores comunitarios, y con ello se ha echado a perder todo su trabajo de pesca ─de 5 p. m. a 5 a. m.─ y su red ─con un costo de Q5mil─. Todo completamente destruido.
Por eso, avisados de lo ocurrido, los compañeros del pequeño pescador se lanzaron al mar sin pensarlo demasiado, con sus lanchas en la oscuridad, en busca de los responsables. Ya había sucedido alguna vez y no iban a dejar que se repitiera, al menos no con impunidad.
En menos de media hora, los pescadores ubicaron al camaronero cerca de la frontera de Belice con Guatemala. No podían huir más. Los alcanzaron dentro de los límites del Sistema Arrecifal Mesoamericano (SAM), la barrera coralina más grande del Atlántico, la cual abarca México, Guatemala y Honduras y que en las costas de Izabal se denomina Foudara, un ecosistema marino que se encuentra oculto a 18 kilómetros frente a las costas de la Bahía de Amatique.
“Los camaroneros muchas veces no respetan. Invaden nuestras zonas de pesca. Y con sus barcos rompen nuestros trasmallos. Los vemos cuando pasan con sus luces frente a la costa en las madrugadas. Y vemos que cada vez llegan más y más barcos. No sabemos hasta cuándo el mar será suficiente para todos”, dice Marcos Milián, presidente del Comité de Pescadores de Barra Sarstún, la última comunidad de Livingston antes de llegar a territorio beliceño.
Milián indica que cada año, en promedio, sucede un enfrentamiento similar al que narra esta mañana de noviembre de 2019 rodeado de otros pescadores. Todos en Barra Sarstún recuerdan esos acontecimientos.
“Cada una es una historia para contar”, señala. Y cada historia da cuenta de que la Bahía de Amatique está llegando a los límites del colapso. Hay más pescadores y cada vez menos peces. La situación para el ecosistema de arrecifes de Izabal se ha vuelto tensa en los últimos años.
El barco camaronero, como retoman los pescadores en la plática, fue rodeado y abordado mientras amanecía. Sabían lo que habían hecho. Habían roto las reglas de esta frontera de alta mar. Y cuando las normas se rompen entre los pescadores de la zona del Foudara saben que no hay nadie a quién acudir. No hay nadie por parte del Estado. No hay ley. Y nada puede calmar las aguas agitadas, más que los propios pescadores del lugar.
Por suerte, los perseguidos de aquella mañana eran conocidos de los comunitarios y solo se saludaron incómodos, intentando ser cordiales. Los enojos se apaciguaron al cabo de un rato y los encargados del barco se comprometieron a pagar todo el daño producido: el trasmallo del pescador y un porcentaje de las ganancias de aquella madrugada. Pidieron perdón.
─Acá tenemos nuestras propias reglas. Y todos deben cumplir para que haya paz─ dice Milián.
─ ¿El barco camaronero pagó después?
─Pagó, claro. Tuvo que pagar. Así todos volvimos a la tranquilidad…─ responde el pescador.
Entre tanta turbulencia, esta historia es una más para describir que algo sucede en la Bahía de Amatique. Donde hay un arrecife con una salud en constante deterioro. Donde la pugna de pescadores por hallar peces es cada vez más evidente. Y un área protegida, cuya parte marina, según los ambientalistas, podría empezar a colapsar.
Alaide Vega prepara robalos para la venta diaria en el local que pertenece al Comité de Pescadores de Barra Sarstún. Foto: No-Ficción/Oswaldo J. Hernández
Robalos para la venta en el local del Comité de Pescadores de Barra Sarstún. Foto: No-Ficción/Oswaldo J. Hernández
La tierra a cambio del mar
Los abuelos garífunas del Caribe guatemalteco cuentan que el origen de todos los seres marinos sucede en el Foudara. “El azadón bajo el agua”. “La tierra de colores que se hundió”. Así llaman en la cultura garífuna al arrecife que existe frente a las costas de Izabal, en el nororiente de Guatemala, bajo las aguas del océano Atlántico.
El arrecife de Guatemala se conecta con el de Belice, Honduras y México; y es un ecosistema marino gigantesco. Está dividido en cuatro secciones dentro de los límites de la Bahía de Amatique. Y durante décadas fue conocido solo por los pescadores de Izabal.
Hasta hace unos 30 años, pescar tan cerca de “donde nacen todos los peces”, como indican los más ancianos de Livingston, era una cuestión para agradecer la abundancia y la prosperidad; y la vida entonces era más sencilla.
Los pescadores salían antes del amanecer y aún oscuro, con la luna a veces reflejada sobre el mar, tiraban sus anzuelos y sus redes artesanales. Eso era suficiente para alimentar a familias enteras y sus necesidades. Luego iban al puerto y vendían camarones, jureles, cuberas, caracoles, peces sierras, peces colorados, barracudas, almejas, palometas, meros, pargos, lisas, curvinas…
Todo muy sencillo. Limpio. Estable. Sostenible.
Pero entonces, cerca de mediados de los años noventa, los barcos empezaron a poblar más y más la Bahía de Amatique. Aparecieron los barcos medianos camaroneros, y proliferaron cientos de pequeñas embarcaciones alrededor de las orillas del Atlántico, en cada comunidad.
El Foudara entonces se contrajo. Y los peces se replegaron. Los pescadores garífunas, poco a poco, abandonaron el mar. Llegaron los hijos de los ganaderos de las cercanías buscando la pesca como medio de sustento. Llegaron las familias q’eqchí’es huyendo del conflicto armado interno, en busca de trabajo. Y las orillas de la Bahía de Amatique se poblaron.
La cosmovisión sobre el mar, la relación intrínseca de los pescadores con los arrecifes, mermó, se fue perdiendo.
“Hace unos 10 años quedaban 20 pescadores garífunas artesanales. Hoy quizás queden solamente dos. Los clanes se dividieron. Muchos emigraron a EE.UU. Y otros que se han quedado buscan convertirse en abogados, contadores, administradores o licenciados. La tierra a cambio del mar”, explica Julio Mejía, uno de los jóvenes líderes implicado en varias organizaciones garífunas de Livingston, Izabal.
Barcos camaroneros listos para salir a la jornada de pesca nocturna en Livingston, Izabal. Foto: No-Ficción/Oswaldo J. Hernández
La capacidad del ecosistema
En la actualidad la Red de Pescadores de Livingston, como explica Edín Ordóñez, uno de sus miembros fundadores, tiene datos de 77 barcos camaroneros en funcionamiento. Cada noche, un promedio de 45 a 50 barcos salen a pescar por toda la Bahía de Amatique.
Todos los camaroneros de la Bahía utilizan la técnica de arrastre. Tiran una red enorme a las profundidades y así caminan varios kilómetros, arrasando con el fondo. Los peces, quintales de peces, son abducidos así a la superficie, a la espera de que en la captura también encuentren algunos camarones.
Por cada 400 libras de pesca, los barcos apenas extraen 25 de camarón pequeño y mediano, y unas 15 libras jumbo. La libra de camarón se vende entre Q20 y Q30 y su precio aumenta al llegar a los mercados de la capital. Lo demás es incidental, descartable.
El único inspector de la Dirección de Pesca (Dipesca) del Ministerio de Agricultura Ganadería y Alimentación (MAGA) en toda la Bahía de Amatique se llama Mario Salazar y dice que todo está llegando a su límite en esta zona. Cada día debe vigilar a 8 mil pescadores para que se cumpla el reglamento del área con base a la Ley de Pesca: que se cumpla la veda, que las redes sean las permitidas. No tiene lancha propia. Y tampoco gasolina. Depende de otras organizaciones no gubernamentales, como Fundaeco o Ecologic, para intentar mantener algún control realmente. Se dedica sobre todo a dar charlas y capacitaciones desde tierra, lo que implica a los pescadores perder todo un día de trabajo y la asistencia no suele ser cumplida.
Mientras Dipesca permanece en tierra el mar constantemente está agitado por las luchas entre pescadores.
Salazar dice que según estudios del MAGA, la capacidad máxima que soporta la Bahía de Amatique es de 79 barcos camaroneros. “Después no hay marcha atrás…”, lamenta.
─ ¿Si la Red de Pescadores de Livingston dice que cuenta con 77 barcos en 2019, estamos a tan solo 2 camaroneros de colapsar todo el ecosistema? ─ se pregunta al encargado de Dipesca.
─Sí. La capacidad está al límite─ dice Salazar.
─ ¿Y hay algún diálogo para salvar la Bahía y el sistema de los arrecifes?
─Se ha intentado. Pero los comités más grandes de pescadores de los cascos urbanos se oponen y rápido llaman a los políticos y a los diputados. Era algo que sucedía con más frecuencia en el gobierno de Otto Pérez Molina. Bloquean todo. Y nada se puede hacer─ comenta el inspector de Dipesca con tono frustrado.
Desde 1998 en la Bahía de Amatique existe un acuerdo entre las comunidades pesqueras del litoral Atlántico de Guatemala y los camaroneros ─empresarios medianos─ del casco urbano de Livingston y Puerto Barrios. Todos llaman a este acuerdo como “El Pacto de Caballeros”. No hay documento legal que lo respalde. Y ninguna entidad oficial, como el MAGA o el Consejo Nacional de Áreas Protegidas (CONAP) o el Ministerio de Ambiente o la municipalidad de Livingston lo valida.
Solo se conoce que existe y que forma parte del contexto. Una regla general que suele romperse.
De hecho, ni Dipesca ni los encargados de las áreas protegidas de esta zona están autorizados para realizar capturas en el mar. Si ven alguna anomalía, o alguien llega a denunciar, deben iniciar una serie de trámites burocráticos para coordinar con el área naval del Ejército.
A lo más que han llegado, según la propia Dipesca, es a la confiscación de trasmallos ilegales, con mallas de un centímetro de ancho menor a lo permitido. Un delito que parece común en la zona, pero sin estadísticas para perfilarlo y detenerlo. Si hay una falta, se suele resolver con una multa, y la devolución de lo confiscado.
Otra técnica que denuncia Dipesca, que describen como la más grave de todas y que utilizan con frecuencia los pescadores y camaroneros en el Atlántico guatemalteco, se llama Tiro de avión. La red esta vez forma un gran círculo desde el fondo del mar hasta la superficie. Todo lo que hay debajo, en el medio, y arriba no tiene escapatoria y queda atrapado. La malla abduce desde pequeñas criaturas del mar hasta peces de gran tamaño. Algunos han visto delfines retorciéndose sobre su columna dorsal hasta morir capturados dentro de las redes.
La mayoría de pescadores entrevistados advierte también que esta técnica destruye los arrecifes de coral. Levanta las bases de estos seres marinos desde el fondo, y quiebra los pólipos desde su raíz. Las redes, dicen, quedan atrapadas y, al tirar de ellas con fuerza desde los barcos, miles de años de coral quedan destazados en apenas unos segundos.
Fotografía del coral del arrecife de Foudara. Foto: CONAP / Sergio Hernández
El arrecife de Foudara y su enfermedad
Primero fueron 10 barcos camaroneros. Decenas de cayucos. Lanchas pequeñas a motor… Hoy, luego de 20 años la vida de toda esta parte costera ha cambiado drásticamente. Y cada tarde, con paciencia, desde el muelle de Livingston se pueden contar uno a uno la salida de decenas de barcos camaroneros que van hacia el mar. Tras su paso una estela de olas, y un olor a gasolina y diésel llena todo el lugar.
Tanta agua turbulenta no solo ha dejado batallas entre pescadores. Ha empezado a afectar directamente la vida del mar. “La biomasa de los arrecifes cada año se ha visto disminuida”, dice Ana Giró, licenciada en Ciencia Marina y Acuicultura, representante de la organización Healthy Reefs en Guatemala, explicando que cada vez hay menos peces dentro de la Bahía de Amatique. “Guatemala tiene el menor porcentaje de peces comerciales de toda la región, con un declive del 95 por ciento desde 2006”, indica Giró. El arrecife de Guatemala es el más enfermo y peor calificado de toda el área del SAM. Por debajo de México, Belice y Honduras.
Evaluando la condición arrecifal de 319 sitios del océano Atlántico, esta organización en un reporte de 2018 estableció que el Arrecife Mesoamericano se encuentra en un estado regular de salud en general. “Un 1 por ciento está muy bien. El 13 por ciento está bien. El 32 por ciento está regular, un 37 por ciento está mal, y un 17 por ciento tiene un estado de salud crítico”, dice Giró. Pero advierte que todo es inestable. En un año puede cambiar, y no para algo mejor.
Es algo que ocurre justo en un tiempo en el que el calentamiento global ha incrementado en 1.5 grados Celsius la temperatura de todos los océanos, como indica el último informe especial del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) y está provocando la muerte de grandes extensiones de arrecifes como la Gran Barrera de Coral de Australia. El incremento de la temperatura produce el blanqueamiento de estos seres marinos, los enferma, lo mata y hoy existen enormes cementerios de coral bajo el mar tanto en Miami como Australia o lugares tan retirados como las Islas Marshall.
El blanqueamiento ─la muerte blanca del coral─ podría llegar a Guatemala en cualquier momento. Basta un grado o dos más de temperatura para que se produzca.
“Los arrecifes de Guatemala son sobrevivientes. Son fuertes. Han estado ahí en un lugar muy difícil para ellos, viven donde el agua dulce de los ríos de Guatemala se mezcla con la salada del océano”, dice Giró.
Para los pescadores de la Bahía de Amatique ha sido un proceso de 10 años comprender que un coral no es una roca, sino un ser vivo, con cientos de bocas, un pólipo estructural, cientos de microalgas regadas a lo largo de su cuerpo exterior y todo un ecosistema marino que sobrevive a su alrededor. Los peces de la Bahía de Amatique son producto de la relación entre el arrecife de Foudara, los manglares, los ríos y las corrientes interoceánicas que llegan a la región. Pero los peces, según Healthy Reefs, están desapareciendo.
Uno de los pescadores comunitarios revisa su trasmallo durante la madrugada frente a las costas de Belice. Foto: No-Ficción/Oswaldo J. Hernández
Un área protegida cerca del mar
Desde 2005 el río Sarstún y su cuenca fue declarada área protegida a cargo del CONAP. La administración, no obstante, es responsabilidad de Fundaeco y Amantes de la Tierra, dos organizaciones dedicadas al tema ambiental.
La pescadora Angelina Ixcot, vocal 1 del Comité de Pescadores de Barra Sarstún, cuenta que la noticia de convertir este territorio en área protegida los tomó a todos por sorpresa. “¿Ahora vivíamos en un área protegida? ¿Ahora ya no íbamos a poder pescar? ¿De qué íbamos a vivir?”, recuerda que eran las interrogantes de los pobladores de Barra Sarstún y de la mayoría de comunidades cercanas como Cocolí, San Juan o Buena Vista.
En total, son casi 37 mil hectáreas de área protegida, catalogada para usos múltiples. Es decir, como indica Sergio Hernández, técnico del CONAP de Puerto Barrios, la vivienda y algunas actividades humanas están permitidas dentro del área de conservación. “La gente puede vivir, pescar, tener cultivos, utilizar lanchas, puede construir casas, pero respetando el plan que CONAP ha diseñado para el área”, dice Hernández.
El arrecife también es parte del área protegida del río Sarstún. Y su conservación implica la salud de todo el ecosistema que se produce alrededor del Foudara.
Dentro del área protegida también se incluyó una buena parte de cerros y fincas tierra adentro. La lucha de muchas comunidades en la cuenca del río Sarstún ha sido la solvencia jurídica de la tierra a lo largo de dos décadas. Y es algo que con apoyo de algunas otras organizaciones como Aprosarstún aún están intentando resolver. Incluso, a futuro, como dice Samuel Coc Yat, técnico de Ecologic, está previsto buscar la coadministración de esta área protegida por parte de las comunidades que habitan los límites del río Sarstún y la Bahía de Amatique.
En tanto algunos intentan conservar la vida marina de la Bahía de Amatique, Ixcot dice: “Sobrevivimos de los peces que bajan desde Belice. No hay otra forma de entenderlo. Los peces de Guatemala están acaparados por los camaroneros. No podemos competir contra eso”, dice Ixcot.
Barra Sarstún decidió hacer frente a la escasez de peces organizándose desde hace unos años. Al principio eran 300 pescadores. Hoy solo quedan 50. Entre todos, y con ayuda de cooperación internacional, levantaron un restaurante, pero se quemó. Ahora sobreviven con una cafetería que también funciona como el único mercado de compraventa de peces en esta región a la que solo se puede acceder a través del mar. Y han buscado aliarse con otras comunidades cercanas para establecer Zonas de Recuperación Pesquera, áreas de 3 o 4 kilómetros donde los peces puede reproducirse y crecer sin ser molestados frente a las costas del Caribe.
La Bahía de Amatique ha entrado en el límite de barcos permitidos para la pesca y la sostenibilidad del ecosistema marino y arrecifes del Atlántico de Guatemala. Foto: No-Ficción/Oswaldo J. Hernández
Pactos rotos
En la Bahía de Amatique ha empezado la veda, que es un periodo de tiempo establecido entre los pescadores y Dipesca, para hacer descansar el mar y que los peces y ciertas especies específicas puedan cumplir al menos un ciclo de reproducción. Y en noviembre está prohibido sacar camarón.
Durante la madrugada, no obstante, los pescadores de Barra Sarstún comentan que casi toda la noche los barcos camaroneros y sus luces estaban sobre el mar, lanzando redes muy cerca del arrecife de Foudara. Sacando todo. Sin que nadie lo pudiera evitar…
El pacto de caballeros, dicen los pescadores, se rompe a cada rato sin consecuencias para nadie.
En la zona de Foudara, este pacto entre pescadores vigente desde 1998 todavía es importante. Significa sobre todo paz, respeto mutuo. Y en las orillas de toda la Bahía lo intentan recordar cada vez que sucede alguna anomalía, alguna violación de las reglas.
El “Pacto de Caballeros” de la Bahía de Amatique fue pensado desde el inicio para que “todo lo que da el mar alcance para todos”, dice el empresario camaronero, Edín Ordóñez, de la Red de Pescadores de Livingston. Su familia cuenta con tres de los 77 barcos de pesca que existen en la zona.
Con el pacto entre pescadores, casi como una de las únicas soluciones por parte de los lugareños para mantener la salud de todo el ecosistema, la Bahía se ha divido en tres grandes secciones para la pesca: dos en las costas y una en el mar y los arrecifes.
Los barcos camaroneros tienen prohibido pescar varios meses al año en la zona norte, en la que viven los pescadores comunitarios de Cocolí, Buena Vista, San Juan y Barra Sarstún. “Pero hay días en que el mar no da y los muchachos se aventuran y se arriesgan”, justifica Ordóñez.
─ ¿Qué tan frecuente se rompe el pacto?
─Últimamente es más seguido. Si no hay camarones, los muchachos buscan más allá. Pero como no hay quién controle… Las autoridades no vigilan. Aquí estamos sin ley.
─ ¿La ley del más fuerte?
─Un poco sí. Pero con el pacto.
─ ¿Y los camaroneros rompen los trasmallos de los pescadores comunitarios? ¿Piensan en que también hay que dejar peces para las comunidades?
─Ese es el mayor problema. Que se rompen los trasmallos de la gente. Hemos tenido que pagar por algunos errores. En eso sí estamos trabajando. Pero diría que gracias a Dios el mar todavía da para todos…─ explica el empresario camaronero.
La Red de Pescadores de Livingston dice que la solución más inmediata al problema es no admitir más embarcaciones. Ni una más. “Estamos los que estamos”, dice Ordóñez.
─ ¿Y cómo prohibir entonces la compra de más barcos camaroneros? ¿Quién regularía esto?
─Nosotros mismos como pescadores y empresarios. Nosotros tenemos que autoimponernos una de estas regulaciones y respetarla. Un pacto entre los camaroneros para evitar la sobrepoblación de nuestro negocio. Porque también a nosotros nos afecta bastante─ responde el empresario.
En tanto, durante cada amanecer, en esta frontera de mar que divide a Belice con Guatemala, la presión sobre el ecosistema arrecifal y toda la vida marina es constante. El umbral, el punto de no retorno, está anunciado. Faltan solo dos barcos camaroneros y quizás una nueva flotilla de pequeñas embarcaciones pequeñas para que la Bahía de Amatique se vea colapsada.
Una de las comunidades pesqueras ubicadas a la orilla del Río Sarstún, dentro del área protegida administrada por Fundaeco y Amantes de la Tierra. Foto: No-Ficción/Oswaldo J. Hernándezz
“Este reportaje fue producido con el apoyo de la Earth Journalism Network de Internews y el Fondo para el Sistema Arrecifal Mesoamericano (MAR Fund, en inglés)”.